Podemos referirnos a la clasificación de Lewin de 1924, muy simple y muy básica pero suficiente. Porque las drogas nos pueden poner eufóricos, excitados, intoxicados, somnolientos o alucinados.
Euforizantes: la referencia en este ámbito es la película “Érase una vez en América” en la que vemos a un Robert De Niro que ha olvidado todo lo que ha hecho hasta ahora y que, bajo el efecto del opio, se vuelve completamente eufórico.
Estimulantes: estos son la cocaína, las enfetaminas, la cafeína; contribuyen a dar más energía, a crear sensaciones fuertes ya maximizar el placer. Paradójicamente, no traen emoción, sino que solo toman lo que ya estaba allí. Llevan por tanto al consumidor al sobreconsumo ya la práctica de una política de tierra arrasada, siendo posiblemente la última etapa una pérdida de capacidad para poder ser activo.
Embriagantes: el alcohol es inicialmente un estimulante, luego aniquila las funciones del cuerpo y se convierte en un sedante.
Sedantes: Todas las pastillas para dormir pueden causar la muerte. Las benzodiazepinas se recetan para tratar la ansiedad, los miedos; tienen una función sedante pero alteran las percepciones, el estado de ánimo, así como las sensaciones olfativas, táctiles y visuales y pueden afectar la coherencia del pensamiento
Alucinógenos: el opio es un eufórico que luego se convierte en un sedante. La morfina también se usa como analgésico.
Recordemos que un producto puede tener varios efectos y crear diferentes sensaciones durante la historia que tiene con su consumidor o mejor dicho que el consumidor tiene con él.