La violencia doméstica constituye un problema social importante que requiere una comprensión profunda. Este artículo explora la dimensión sistémica de esta violencia, revisando su origen, su función y su participación en la intervención terapéutica.
Violencia familiar: un problema social
Más allá de la ideología que lleva la sociedad, recogiendo el mensaje de que la vida familiar representa felicidad y armonía, la realidad puede ser muy diferente. De hecho, los altercados y las riñas marcan la vida cotidiana, que puede parecer clásica en un hogar donde cada personalidad se afirma. Sin embargo, estos conflictos deben ser evaluados para discernir el nivel que puede variar desde una agresión saludable hasta un comportamiento violento excesivo. Este análisis nos invita a considerar estas interacciones familiares a la luz del enfoque sistémico.
Iluminación sistémica de la familia y violencia.
El enfoque sistémico: algunos conceptos
El enfoque sistémico y estratégico es el resultado del encuentro de diferentes investigadores que, en la década de 1950, se unieron en torno a la idea de que el comportamiento humano era, de hecho, interaccional.
Por lo tanto, el enfoque sistémico se desarrolla en torno a una visión circular de la comunicación, teniendo en cuenta la interdependencia de los elementos donde uno crea el otro y viceversa. Así, la actitud de A actúa sobre B y, a cambio, B actúa sobre A, entonces se ilustra el proceso de circularidad pero también de bucles de retroalimentación: cada intervención modificará el mecanismo y lo hará evolucionar ya sea en una retroalimentación negativa (reductiva) o positiva ( amplificando) retroalimentación.
Este fenómeno es muy importante en el tema que aquí nos interesa, permitiéndonos observar situaciones más bien en forma de secuencias para las cuales es difícil encontrar la puntuación ya que las interacciones se influyen entre sí.
Con la noción de “ causalidad circular ”, una situación, un problema, un efecto, un estado, ya no se considera como la consecuencia de un evento, una sucesión de eventos o un comportamiento sino como el resultado de un conjunto de fuertes interacciones entre procesos. .
También basado en el principio de equifinalidad, el enfoque considera sistemas distintos que tienen múltiples representaciones abstractas que, en un momento dado de su historia, potencialmente participarán en comportamientos disfuncionales.
Cabe señalar, sin embargo, que se podrían identificar ciertos patrones recurrentes en los patrones de interacción familiar abusiva. En efecto, Barudy habla de cuatro elementos recurrentes: deficiencias en los cuidados “maternos”, trastornos de la jerarquía familiar, trastornos de apertura/cierre del sistema así como trastornos de la función paterna.
La familia: sistema complejo e interdependiente
Así, el enfoque sistémico propone un verdadero cambio de paradigma, al considerar a la familia como un sistema donde cada comportamiento, comunicación, cambio implica una modificación de todo el sistema. Este concepto se construyó, en particular, a partir de las contribuciones de Von Bertalanffy, quien explica en su teoría de sistemas que un sistema es un conjunto de elementos que interactúan y que estas interacciones a su vez interactúan.
Para ser funcional, el sistema se basa en un conjunto de reglas, roles y tareas que son más o menos implícitas y explícitas, y aceptadas por todos los miembros del sistema. Es con esta condición que todos garantizan su conservación. Sin un marco explícito, entonces ciertos miembros podrían imaginar y asumir roles y tareas que en principio no estarían dentro de sus competencias, como, por ejemplo, la función de proteger a sus padres o estar en una búsqueda constante de un marco sacudiendo sus padres.
En terapia familiar , este concepto fundamental se aplicará en términos de sistema abierto y sistema cerrado. Así, cuando este sistema es abierto, se considera que está interrelacionado con el sistema social. En situaciones familiares disfuncionales observamos un desorden en la gestión de los límites del sistema que muchas veces se hace en contradicción con lo esperado. Así, el sistema puede tender a ser particularmente abierto y caótico o, por el contrario, a funcionar de forma cerrada y rígida.
Seron y Wittezaele (2009) hablarán de dos tendencias homeostáticas que se expresan cuando el sistema familiar se siente amenazado en su supervivencia: el cierre de barreras para defenderse o la implementación de diferentes conductas para “neutralizar la agresión (argumentación, victimización, ironía, boicot). ”de entrevistas...)”.
Así, dentro de un sistema donde cada comportamiento influye en el conjunto, la violencia familiar puede verse como una respuesta homeostática destinada a mantener un equilibrio percibido en el sistema familiar.
El enfoque sistémico valora el sistema familiar tanto en su estructura como en su dinámica.
Dinámica familiar y sus ciclos de vida.
La familia, por tanto, se adaptará a los elementos externos pero también internos, ya que dentro de esta unidad muchos cambios la harán evolucionar, obligándola a modificarse según las etapas inherentes a su ciclo vital. Así, estos momentos de adaptación pueden tomar la forma de acontecimientos intrafamiliares (nacimientos, adolescencia, partida de los hijos, etc.) o estar vinculados al entorno (pérdida o cambio de trabajo, mudanza).
Es cuando ocurren estos períodos de desequilibrio cuando se produce una ruptura en la homeostasis . El sistema familiar movilizará ardientemente sus energías en busca de una reorganización y así de un nuevo equilibrio.
Así, los ciclos de la vida familiar resultarán en la alternancia de estas diferentes fases que nutrirán y harán crecer el sistema. La fase de homeostasis permite volver al equilibrio con nuevas bases y la integración de un “estado” modificado.
Carter y McGoldrick (1980) destacaron que el momento de cambio se caracteriza por elementos como la discontinuidad, la disrupción, el caos y la crisis. Este es un período de transición en el que puede surgir un síntoma.
Así, la aparición de un síntoma en uno de los miembros de la familia puede cumplir una función: la de reflejar el profundo malestar que experimenta el sistema familiar y su dificultad para transitar el rumbo impuesto por el ciclo vital. El abuso puede entonces expresar una crisis en este ciclo de vida. Aquí, la ausencia de un marco estructurante genera una inseguridad generalizada que a su vez complica la capacidad de definir los límites de cada persona.
En un hogar, las tensiones y los conflictos son parte integral de la vida diaria, pero es fundamental distinguir entre una agresión saludable y un comportamiento violento excesivo. Este análisis requiere un enfoque sistémico, considerando la agresión como un componente interrelacional más que individual.
Agresión dentro de la familia: ¿necesidad o puerta abierta a la violencia?
La agresión, a menudo percibida de forma negativa, puede en realidad desempeñar un papel funcional en la regulación de las relaciones familiares. Esta dimensión instintiva debe entenderse en su contexto social y familiar, donde a menudo expresa necesidades y tensiones no resueltas.
Diferentes perspectivas apoyarán una dimensión positiva de la energía agresiva: Freud habla de la agresividad como una fuerza que es parte de una lucha del ego esencial para la conservación y afirmación de su ser. En esta continuidad, Perls ubicó en los años cincuenta la agresividad como fuerza motriz, un “movimiento hacia” que marca una acción y posiciona al sujeto en una dinámica positiva. Asimismo, Delville (2007) retoma el postulado de los autores Perls, Hefferline y Goodman y cita: “la agresividad tiene una función positiva para el individuo, la de defender su integridad, su existencia, de afirmar su diferencia, frente a un ambiente hostil o indiferente.
Aquí la cuestión de la agresión sólo se sitúa como un estado interno de una persona y no en un entorno. Sin embargo, es en este contexto donde debe situarse este componente. De hecho, es en el contacto y en las interacciones donde se despliega la energía agresiva. Jeammet (1999) sitúa la agresividad en el centro de la relación al indicar que “la agresividad es necesaria para cualquier relación viva: es el lugar de la tensión entre uno mismo y el otro, donde se expresa nuestra diferencia de punto de vista, de sensibilidad. que permitirá buscar un compromiso después del enfrentamiento"
Conviene tener en cuenta la dimensión pulsional específica de cada ser o, como Bergeret , esta famosa “violencia fundamental” que describe como “instinto violento, natural, innato, universal y primitivo al servicio de la autoconservación y de la autoconservación”. que tiene "su origen en las primeras etapas de la vida del hombrecito, donde sólo existe la distinción entre yo y no yo y donde, por tanto, no hay cuestión de intencionalidad". Así, durante las diferentes etapas de su desarrollo, el niño irá experimentando sus impulsos, su agresividad a través de sus relaciones y así desarrollará mentalmente conductas toleradas. Integrará así una jerarquía de niveles de agresión y conflictos potenciales que participarán en su proceso de socialización y ajuste de la “distancia adecuada”. Ya a finales del siglo XIX, el aporte darwiniano introdujo esta dimensión social a la agresividad al indicar que permite la organización de los individuos.
Así, es dentro de la familia donde el ser humano y por tanto el niño experimentarán los primeros límites y reglas. Los primeros altercados le permitirán internalizar los actos autorizados o no autorizados, definiendo así el territorio propio de cada persona. Se trata de un verdadero aprendizaje temprano en la vida del individuo, ya que tendrá que lidiar con estos impulsos y canalizar su impulsividad. Estas frustraciones encontrarán un marco que, dependiendo de la respuesta de quienes les rodean, les permitirá internalizar una relación con la singularidad de cada persona y con la “convivencia”. Sin esto, el equilibrio familiar y las relaciones posteriores fuera del hogar se ponen en peligro y pueden dar lugar a una relación especialmente rígida con los demás. Así, su socialización sólo se producirá a costa de este sometimiento a reglas colectivas y comunes.
Posibles fallas en este proceso de transmisión generarán disfunciones ya que el modelo de autoridad no será integrado por el individuo. Esto podría referirse tanto a la negación de la patria potestad como, en una visión mucho más amplia, a la de las leyes relativas a las relaciones humanas.
Así, estas diferentes visiones aclaran la noción de agresividad como un componente intrínseco del ser humano. Su comprensión se establece necesariamente en un marco interaccional, permitiendo así que el proceso comunicativo establezca los ajustes necesarios a las relaciones sociales funcionales.
Por lo tanto, la ira puede ser una emoción funcional, pero no debe alcanzar un cierto grado, de lo contrario puede conducir a un comportamiento disfuncional. Algunos autores han proporcionado una lectura de las diferentes escalas y de los comportamientos asociados a ellas para evaluarlas, en particular mediante una clasificación.
Clasificación de la violencia
La violencia familiar puede adoptar diferentes formas: física, psicológica, sexual, etc. También hay que tener en cuenta el abandono y la violencia financiera como violencia que se puede cometer entre miembros de la familia.
Parece complicado disociar las violencias porque están tan entrelazadas. En efecto, es difícil imaginar que la violencia física o sexual no tenga un impacto en la dimensión psicológica del sujeto o que la presión psicológica en el trabajo, por ejemplo, no impacte en la dimensión fisiológica de la persona, como por ejemplo la dificultad para dormir. o trastornos alimentarios.
Comprender las diferentes formas de violencia es relevante para afinar la identificación de posibles disfunciones. Perrone (2022) plantea cuatro presuposiciones que permiten incluir la noción de violencia en una dinámica sistémica tal como la analizamos aquí. Así, trae la idea, en sus dos primeras hipótesis, de que es imprescindible ver la violencia como un fenómeno interaccional que involucra la responsabilidad de cada persona, para diferenciarla de la responsabilidad jurídica. Esta noción de responsabilidad debe entenderse en términos de compromiso e implicación en la relación y se suma a la tercera hipótesis que indica que “todo individuo adulto con capacidades suficientes para una vida independiente es garante de su propia seguridad”. A través de estos primeros supuestos, Perrone introduce la noción de sujeto actor en la relación.
El último presupuesto avanza que “cualquier individuo puede ser violento en diferentes modalidades o manifestaciones” introduciendo la noción de contexto en el que el comportamiento violento puede manifestarse.
Perrone también habla de la escala de agresividad: un concepto que indica que no todos estamos equipados de la misma manera en términos de nuestra competencia agresiva. Cuando el individuo se sitúa en las esferas más altas de esta escala, entonces hablamos de violencia de la que distinguirá 3 tipos de modelos que sucintamente corresponden a la “violencia de agresión”, la “violencia de castigo” y finalmente, la “violencia de represalia” que Perrone también anteriormente denominado “Violencia punitiva con simetría latente” y que surge como continuación de la punición de la violencia injustamente sufrida. Aquí el que sufre, incapaz de defenderse, resiste. No ha perdido toda la autoestima. La persona mantiene un núcleo de simetría que se alimenta del odio y el rencor.
Así, si volvemos a la violencia ejercida en un contexto intrafamiliar, estos diferentes modelos se pueden observar a lo largo del ciclo vital de la familia y por tanto en función de la edad del niño. En efecto, si la postura de sumisión presente en el diagrama del “castigo de la violencia” se puede observar cuando el niño es pequeño y soporta pasivamente la violencia de su progenitor; Esto podría convertirse en represalias o incluso en agresión. De hecho, el niño que ha vivido con un sentimiento de injusticia puede, a medida que crece, verlo evolucionar hacia la ira o incluso el deseo de venganza. Por tanto, es probable que cambie el equilibrio de poder. Al no haber sido “equipado” para expresarse y regular este tipo de situaciones a través de palabras, el niño potencialmente experimentará agresión verbal y/o conductual.
Esta agresividad puede luego expresarse hacia su familia, sus pares pero también contra sí mismo, respondiendo así al sistema familiar del que forma parte.
La función del síntoma al servicio del sistema.
Los comportamientos disfuncionales dentro de la familia pueden tener una función social y metafórica, revelando problemas subyacentes. Comprender estas funciones es crucial para dirigir la intervención terapéutica hacia un cambio duradero.
Haley (1980) explicó que "por primera vez se pensó que los procesos mentales y la ansiedad interna de un individuo eran respuestas al tipo de sistema de comunicación en el que estaba inmerso".
Así, se observa que el individuo se comporta en correlación con el modo de interacción familiar, por muy desadaptativo que sea. Su comportamiento, que puede parecer anormal y/o singular, es en realidad una respuesta adecuada a su entorno. Es por esto que será apropiado orientar el apoyo terapéutico hacia el cambio de la estructura organizacional del contexto familiar que, siguiendo lógicas sistémicas, implica cambios en el sistema y por ende en el comportamiento de sus miembros.
El individuo puede desarrollar diferentes intentos de regulación para proteger y estabilizar a su familia. Así, el comportamiento violento puede reflejar un deseo de desviar la atención del conflicto familiar así como de exigir que alguien se haga cargo del mismo. Este comportamiento disfuncional puede verse como un intento de cambiar una situación angustiosa donde cualquier salida parece improbable.
“Es más fácil decir que un individuo es la causa de un problema que pensar en él en términos de un paso en un ciclo repetitivo en el que todos participan” (Haley, 1980)
Así, Haley resitua la función de esta conducta disfuncional en “un valor comunicativo real” del que deduce dos funciones principales a las que nombra:
- “Función social” que sitúa el comportamiento desviado como una ayuda para mantener la estabilidad del grupo,
- “Función metafórica” que aquí resitua el comportamiento desviado como portador de un mensaje destinado a los seres queridos pero también potencialmente destinado a personas ajenas al sistema.
La función metafórica puede ser una indicación valiosa de lo que está sucediendo, pero parece prudente que el terapeuta conserve este significado. Por un lado porque una conducta puede tener varios significados y sobre todo mantener una alianza terapéutica evitando cualquier resistencia dañina a conducir al cambio. De hecho, algunas correlaciones pueden no ser muy bien recibidas por el grupo que potencialmente ya se encuentra en una dinámica de negación o disimulo.
La intervención de un tercero, y con ello la manifestación de un síntoma en desarrollo, permitirá una apertura necesaria. Por tanto, el síntoma tiene efectivamente una función: la de crear una situación de crisis. Es a través de esta situación de crisis que la intervención terapéutica puede potencialmente encontrar su lugar.
Superar los estigmas para la reparación creativa
El tema de la violencia doméstica sigue siendo hoy un tema de actualidad y vuelve periódicamente a primer plano: prueba del deseo de mejorar su tratamiento y de la conciencia de sus insuficiencias. Por lo tanto, aunque la conciencia sobre la violencia está creciendo a nivel social y los contactos de campo están cada vez más capacitados, apoyar a las familias con interacciones violentas sigue siendo un desafío.
De hecho, entender los mecanismos relacionales que dan lugar a la violencia dentro del sistema me parece un prerrequisito inevitable para creer en la capacidad de reparación de una familia. De esta manera, entenderemos la importancia de incrementar la capacitación de las instituciones y profesionales de apoyo. Este conocimiento permitiría superar la estigmatización todavía demasiado presente de determinados “perfiles” familiares.
Por supuesto, también hay que contextualizar la violencia institucional: servicios presionados por pesados procedimientos administrativos y que realmente necesitarían tiempo para dar un respiro, abriendo así el discernimiento y el distanciamiento necesarios para dicho apoyo. Estos mismos apoyos pueden resonar en los profesionales que se enfrentan a este tipo de situaciones.
Al nombrar, documentar y asimilar los mecanismos involucrados, el hablante podrá ofrecer un apoyo no estigmatizante. Tendrá entonces los recursos para abrirse a la singularidad de esta familia proponiendo una “red humanizadora” centrada en las capacidades del sistema familiar. señala Bateson : siempre que “estos aspectos patológicos puedan evitarse, es probable que la experiencia resulte en creatividad”. Sólo confiando en los recursos de las familias y promoviendo sus habilidades surgirán soluciones creativas. Me parece esencial en esta perspectiva comprender cómo el individuo, tanto a través de su singularidad como de su historia familiar, está expuesto a una vulnerabilidad pero también a una creatividad que le es específica.
Las llamadas familias transaccionales violentas a menudo llegan a la terapia mediante un enfoque forzado. ¿Una coacción que finalmente no fue solicitada por la propia familia o al menos por uno de sus miembros? Si cambiamos nuestro ángulo de visión, ¿no es demandado el niño que denuncia la violencia, que avala el síntoma? Cuando introduce la ley en el sistema familiar, ¿no lo hace para introducir cambios?
Podemos ver aquí una forma de creatividad, de inventiva, que provoca innovación en el caos. Cyrulnik nos habla de “fuentes” que en el caos de la vida vienen a dar respuestas constructivas.
Así, cambiando nuestra visión del individuo, de la familia; el enfoque sistémico no señala un problema como un punto negativo sino como un punto de entrada y una oportunidad de cambio. A través de este enfoque, moviliza a los sujetos haciéndolos actores y responsables de su historia. Es abriéndose a esta responsabilidad colectiva y activa que los actores devolverán el poder de acción a la familia.
Referencias
Barudy, J. (2007). El dolor invisible del niño: un enfoque ecosistémico del maltrato . Toulouse: Erès.
Delville, J. (2007). Agresión, violencia y relación terapéutica. Cuadernos de terapia Gestalt , 21, 119-140.
Haley, J. (1980). "Salir de casa: la terapia de los jóvenes perturbados"
Jeammet, N. (1999). Odio necesario . Prensas Universitarias de Francia.
Perrone, R. (2022). Violencia y abuso sexual en la familia. Comprender los mecanismos de apoyo a las víctimas y los agresores, París: ESF Éditeur.
Serón, C., Wittezaele, J. (2009). Ayuda o control: Intervención terapéutica bajo coerción. De Boeck Superior.
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Formación sistémica generalista